No existe,
supongo, peor condena que no poder volver a querer así.
Bueno si,
querer de esa forma, cómo cuándo la luna aparece radiante sobre el mar y su
reflejo perlado hace los deleites de miles de enamorados y sus ilusiones,
reduciendo sus plegarias a querer y sólo poder querer.
Termino
los días, uno tras otro tachando tu nombre en las hojas de mi vida al
acostarme, con el castigo de tener aún muchas más, o no, vaya uno a saber, paginas limpias en este
libro que llaman vida.
Ya no sé si
lo eterno será el dolor o el recuerdo de ese amor.
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