lunes, 6 de julio de 2015

El metro y sus estaciones







En un vagón del metro la primavera con un vestido blanco se aferraba a mis brazos, una parada, dos destinos y ahora mi condena. Era una luz amarilla, radiante, con una voz gruesa de inocencia y con sollozos entre sueños, demasiada fragilidad en manos de un limitado, de un desalmado.
Se sujetó, me abrazó y me condenó. Y es que uno sabe cuándo muere, cuando el destino no le pertenece, cuándo se es uno juntando dos pieles, la suya, manchada, irreverente hasta en eso, y la mía, desgastada y marcándome los huesos.
Madrid y París lo saben, la noche siempre fue nuestro cómplice, le tocaba al día sufrir.

Tal parece, preciosa, que las coñas se han ido volviendo realidad y a mí no se me dio por practicar.